Buhoneros de camioneticas: entre la caridad y el negocio
Eran aproximadamente las 5:45 de la tarde en la Plaza Miranda cuando, en medio del caos de un viernes de quincena, abordó el autobús un vendedor ambulante con su nada despreciable retórica. En el lapso de una hora la escena se repitió cuatro veces, y cualquiera de los usuarios, de haber contado con una módica suma de Bs. 4.000, hubiese podido disfrutar de una variopinta merienda compuesta por caramelos, chocolates y un chupi-chupi, además de la oportunidad de decir “Te amo” con una tarjetica, sabiendo que ayudó a alguien a rehabilitarse de las drogas. En una Venezuela que cuenta con más de 50% de trabajadores en la economía informal, esta escena es parte de la cotidianeidad de todos aquellos que viajan en el transporte público citadino.
“¡Sea Ud. su propio jefe ganando por día desde Bs. 30.000!, no se necesita experiencia de trabajo, ni credenciales, sólo carisma, horario súper flexible”. Quizá este sería el clasificado –de haberlo- de un negocio que marcha sobre ruedas. Y es que más que un negocio, pareciera una profesión, incluso Adrián (conductor de la ruta Antímano) confesaba sus sospechas de que existiera una suerte de curso o taller para entrenarlos. Sin embargo, todos los vendedores entrevistados negaron esta suposición. Magali, de 35 años, resumió la opinión de todos diciendo: “aprendí de un amigo que se metió en esto un tiempo antes”. Y es que pareciera que hubiera una solidaridad entre ellos, casi un gremio, dejando atrás, claro está, las riñas que trae la competencia.
Para todos aquellos que les resulta incómodo el hecho de que un vendedor de camioneticas irrumpa su limitado espacio personal casi sin pedir permiso, quizá se alegren y entristezcan al saber que existe una ley que castiga estas acciones y que no se cumple. Pero lo que no se debe pasar inadvertido es que dejaron de ser una simple molestia para convertirse en un fenómeno cultural en el que existen estilos y tendencias: desde drogadictos rehabilitados hasta parientes enfermos, pasando por los que decidieron vender para dejar de robar, todos con el tradicional tonito que pide un minuto valioso de nuestro tiempo y termina con un improperio porque casi nunca, al menos a la primera, les quieren comprar.
La Ley vs. la realidad urbana
El Capítulo VII del Código Penal Venezolano establece en los artículos 504 al 507 que todo aquel que siendo apto para el trabajo fuere hallado mendingando, contraviniendo las ordenanzas locales, pese a que haga o aparente realizar un servicio y/o vender algunos objetos, será penado de seis a quince días y si involucra para ello a un menor de 12 años, “será penado con arresto hasta de dos meses o multa de 300 bolívares (¿?). En el caso de reincidencia en la misma infracción, el arresto será de dos a cuatro meses”.
Siguiendo el criterio del fallecido jurista jesuita Jesús María Olaso, en Derecho una ley tiene validez social cuando es “aceptada por el grupo social respectivo” y esta se incorpora a su manera de conducirse. La tolerancia hacia este tipo de vendedores tanto de autoridades como de ciudadanos, ya es cosa del día a día; por lo tanto, quizá lo único que se cumpla de esta ley sea aquello de vender “algunos objetos”, a saber: lástima, pilas, leyes, calcomanías, mentol chino, caramelos y chocolates, libros informativos de dudosa fuente, agua, refrescos y pare Ud. de contar.
Entonces, ¿está mal este articulado o simplemente es cuestión de hacerlo cumplir? A favor de la primera opción, Lorena Espina (“De Caramelos y otras historias”, Semanario “En Caracas”, 29/04/2005) señala lo siguiente: “No es una campaña de “sonriámosle a los vendedores ambulantes” pero sí una invitación para que nos metamos en la cabeza que es un trabajo que exige talento, porque no todos nos pararíamos en un carrito a ofrecer un producto con tal insistencia para completar, al final de la tarde, alrededor de cien mil bolívares(…)”
Al respecto el especialista en Derecho Penal y profesor jubilado de la Universidad Central de Venezuela, Reinaldo Pinto, opinó que “el Código Penal queda opacado ante una realidad palpable. Según estudios del IESA en 2003, 71% de los hogares venezolanos estaban en situación de pobreza por lo que había 800.000 familias en pobreza extrema y para la misma fecha la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) informaba que Venezuela fue el único país de América del sur en que aumentó el número de personas que padecen hambre, a más de 20%. Suponiendo que las cifras se mantienen, y se le suma la tasa actual de desempleo de 13,5%, obtendremos una ley socialmente obsoleta, donde nadie además está claro sobre si las ordenanzas que regían al Distrito Federal son ahora las mismas para la Gran Caracas. No con esto estoy avalando dicha actividad, pero lamentablemente estamos en un país de economía de supervivencia y que además no tiene reglas de juego claras”.
Cabe destacar que “las ordenanzas locales” sobre la mendicidad, cuya presunta existencia supone el articulado del Código Penal, no son de fácil acceso. Quien escribe trató de actualizar este dossier y se dirigió a la Alcaldía Mayor el martes 1 de abril de 2008 con la finalidad de aclarar este punto, el resultado: fue desalojado de las instalaciones por los funcionarios de seguridad por “no contar con la permisología necesaria” para hablar con los asesores legales de la institución. De igual manera nada se obtuvo al establecer contacto telefónico con las alcaldías de los municipios Libertador y Sucre (donde más se observa el fenómeno), ya sea porque no estaban a la disposición o no sabían quien podría responder al respecto.
De seguro que el tema de los buhoneros, ya sea de las aceras o de las camioneticas, no es un tema políticamente correcto a vísperas de unas elecciones regionales y municipales. Ni hablar del derecho sagrado de acceso a la información pública...
¿Qué dicen los vendedores?
Jenny: “Tengo cuatro hijos. Comencé a trabajar a los veintiún días de parida. Trabajo un día sí y un día no. Los días que trabajo dejo a tres de mis hijos en una guardería, el otro lo tiene mi mamá. Los días que no trabajo me quedo con mis hijos. Por cada día que trabajo me gano aproximadamente treinta mil bolívares. Lo único malo de este trabajo es que otros vendedores venden productos vencidos que ensucian nuestra imagen. Por ello cada vez que ofrezco mi producto les pido a los pasajeros que revisen la fecha de vencimiento”
Luis: “Me dicen “El terror de la Baralt”, soy el que más vende. Todos me conocen y no tengo problemas con nadie pues entre más amigos tenga más posibilidades de venta. Lo importante es tener vista de águila y poder de convencimiento. En un mes no muy bueno me puedo ganar palo y medio (millón y medio). No tengo jefe y mantengo a mis dos hijos con este trabajo”.
Jonatan y Johandry: “Somos rehabilitados de Alcance Victoria. Comenzamos a trabajar a las 9:00 am, hasta que vendamos 50.000. A veces nos quedamos toda la tarde y vendemos hasta 150 mil. Tenemos una casa de mujeres en el edificio Rivero en la avenida Urdaneta y una casa de hombres en la Vega. Estábamos hundidos en el mundo de las drogas, en Alcance Victoria nos enseñaron el camino de Dios. Ahora estamos rehabilitados, no fumamos ni cigarrillos. Nuestras drogas son Dios y el deseo de ayudar a nuestros hermanos que están pasando por situaciones parecidas a las que nosotros pasamos. Si tienes problemas, necesitas ayuda o simplemente estás confundido, vas a la casa de mujeres o a la de hombres y allá te dan vivienda y comida.”
Todos manifestaron desconocer y hasta reaccionaron con humor ante el hecho de ser considerados por la ley como mendigos, defendiéndose de inmediato alegando que su trabajo era tan trabajo como cualquier otro.
Entre el amor y el odio
Choferes y pasajeros por igual profesan sentimientos encontrados por los vendedores ambulantes. “¡Yo no los dejo montar más nunca! Hace seis meses (en 2005) me multaron con veinte mil bolívares más tres días fuera de circulación”, dijo Jesús Díaz, de 52 años, conductor de la ruta “El Valle”, Otros conductores que pidieron ser no identificados se quejaron de que los pasajeros ensucian mucho las unidades con los restos de lo que compran y de que en varias ocasiones han tenido peleas con los vendedores. Miguel Daboín, chofer de la ruta Plaza Venezuela - Los Teques, opina lo contrario: “Aunque a algunos se les nota por encimita que son unos coberos porque los vez todas las semanas matando a un familiar distinto, no todos son así y tienen derecho a trabajar”
Yurmarí, de 19 años, dice: “Yo los odio, son una fastidio, siempre obligándote a que les aceptes sus cosas y de paso más de uno con una sadiqueadera ahí” pero más adelante acota: “Varias veces me han alegrado la tarde con cualquier cosita dulce”. Manuel Contreras, de 37 años, declaró: “Uno nunca sabe si te están diciendo la verdad, yo lo dejo en manos de Dios, como decía mi abuela, si lo que uno les da lo están usando para mal, ellos sabrán, pero prefiero no quedarme con la duda”
Y es en este particular, la caridad, en lo que muchos piensan si estarán jugando con su nobleza. Se tiende a pensar que hay familiares que “viven” a costa de los que mendigan en nombre de sus enfermos. Sin embargo, este es el caso de a quien por respeto se le llamará María.
La historia de María
Quien hoy en día la ve tan serena en un recoveco del Pasaje Zing no podría imaginarse las dificultades que ella y sus familiares enfrentaron hace un año (2003) con el traumatismo de cadera que sufrió su madre. “Yo tuve que dejar de trabajar para cuidarla, y con nuestros ahorros no podíamos completar los dos millones y medio que costaba la prótesis, tuvimos que pasar por muchas malas experiencias en el Hospital Pérez Carreño. Me la tuvieron en una lista de espera casi dos meses y mientras, mis hijos y un hermano estuvieron todo ese tiempo reuniendo en las camioneticas para poder operarla (...) Después de tanto esfuerzo allí está ella bien en la casa (…) Todos los días agradezco la ayuda que me dio toda esa gente sin conocerme y le digo a mi mamá que los encomiende en el rosario”… Cuando se le preguntó si sabía que lo que hacía era castigado por considerarse mendicidad expresó: “No me hubiese importado ni una ñinguita, la vida de mi madre estaba en juego”. Sea Ud. el Juez.
_______________________________________________
Pensando en ti, María… hoy primero de abril de 2008
Cuando venía de regreso del centro, por supuesto en camionetica, me acordaba de la tarde calurosa de mayo de 2005 cuando gracias a la información de uno de los vendedores que entrevisté pude llegar al puestico de ropa de María. Rescato su testimonio acá pues vale la pena preguntarse qué habrá sido de ella, pues para quienes no lo saben, su sitio de trabajo en el centro de Caracas fue demolido poco tiempo después de mi entrevista (enero de 2006). María, como muchas otras caraqueñas, era buhonera. Elecciones van, elecciones vienen y hasta el sol de hoy lo que fue el mercado de Pasaje Zing duerme el sueño de los justos entre los escombros. Ni hablar de la repartición mafiosa de los nuevos "centros de buhoneros".
Además, jugando a la bola de cristal, sepa Dios cómo habría sido su experiencia si ella y su madre hubiesen caído en el hospital Pérez Carreño del 2008, mucho peor que el de hace cuatro años, y además si hubiese sido desalojada por segunda vez, pero en esta ocasión, de Sabana Grande. ¿Es tan difícil concibir este escenario "ficticio" en una Venezuela como la de hoy?
En honor a ella, dedico esta entrada de mi blog. No con esto apoyo a los buhoneros, pero sí pienso que deberían darse soluciones permanentes al urbanismo de Caracas. Aplaudo que quieran rescatar el antiguo esplendor de la Plaza Diego Ibarra, pero desprecio cómo usan a los buhoneros como carnada electoral para luego desecharlos como un condón.
Eran aproximadamente las 5:45 de la tarde en la Plaza Miranda cuando, en medio del caos de un viernes de quincena, abordó el autobús un vendedor ambulante con su nada despreciable retórica. En el lapso de una hora la escena se repitió cuatro veces, y cualquiera de los usuarios, de haber contado con una módica suma de Bs. 4.000, hubiese podido disfrutar de una variopinta merienda compuesta por caramelos, chocolates y un chupi-chupi, además de la oportunidad de decir “Te amo” con una tarjetica, sabiendo que ayudó a alguien a rehabilitarse de las drogas. En una Venezuela que cuenta con más de 50% de trabajadores en la economía informal, esta escena es parte de la cotidianeidad de todos aquellos que viajan en el transporte público citadino.
“¡Sea Ud. su propio jefe ganando por día desde Bs. 30.000!, no se necesita experiencia de trabajo, ni credenciales, sólo carisma, horario súper flexible”. Quizá este sería el clasificado –de haberlo- de un negocio que marcha sobre ruedas. Y es que más que un negocio, pareciera una profesión, incluso Adrián (conductor de la ruta Antímano) confesaba sus sospechas de que existiera una suerte de curso o taller para entrenarlos. Sin embargo, todos los vendedores entrevistados negaron esta suposición. Magali, de 35 años, resumió la opinión de todos diciendo: “aprendí de un amigo que se metió en esto un tiempo antes”. Y es que pareciera que hubiera una solidaridad entre ellos, casi un gremio, dejando atrás, claro está, las riñas que trae la competencia.
Para todos aquellos que les resulta incómodo el hecho de que un vendedor de camioneticas irrumpa su limitado espacio personal casi sin pedir permiso, quizá se alegren y entristezcan al saber que existe una ley que castiga estas acciones y que no se cumple. Pero lo que no se debe pasar inadvertido es que dejaron de ser una simple molestia para convertirse en un fenómeno cultural en el que existen estilos y tendencias: desde drogadictos rehabilitados hasta parientes enfermos, pasando por los que decidieron vender para dejar de robar, todos con el tradicional tonito que pide un minuto valioso de nuestro tiempo y termina con un improperio porque casi nunca, al menos a la primera, les quieren comprar.
La Ley vs. la realidad urbana
El Capítulo VII del Código Penal Venezolano establece en los artículos 504 al 507 que todo aquel que siendo apto para el trabajo fuere hallado mendingando, contraviniendo las ordenanzas locales, pese a que haga o aparente realizar un servicio y/o vender algunos objetos, será penado de seis a quince días y si involucra para ello a un menor de 12 años, “será penado con arresto hasta de dos meses o multa de 300 bolívares (¿?). En el caso de reincidencia en la misma infracción, el arresto será de dos a cuatro meses”.
Siguiendo el criterio del fallecido jurista jesuita Jesús María Olaso, en Derecho una ley tiene validez social cuando es “aceptada por el grupo social respectivo” y esta se incorpora a su manera de conducirse. La tolerancia hacia este tipo de vendedores tanto de autoridades como de ciudadanos, ya es cosa del día a día; por lo tanto, quizá lo único que se cumpla de esta ley sea aquello de vender “algunos objetos”, a saber: lástima, pilas, leyes, calcomanías, mentol chino, caramelos y chocolates, libros informativos de dudosa fuente, agua, refrescos y pare Ud. de contar.
Entonces, ¿está mal este articulado o simplemente es cuestión de hacerlo cumplir? A favor de la primera opción, Lorena Espina (“De Caramelos y otras historias”, Semanario “En Caracas”, 29/04/2005) señala lo siguiente: “No es una campaña de “sonriámosle a los vendedores ambulantes” pero sí una invitación para que nos metamos en la cabeza que es un trabajo que exige talento, porque no todos nos pararíamos en un carrito a ofrecer un producto con tal insistencia para completar, al final de la tarde, alrededor de cien mil bolívares(…)”
Al respecto el especialista en Derecho Penal y profesor jubilado de la Universidad Central de Venezuela, Reinaldo Pinto, opinó que “el Código Penal queda opacado ante una realidad palpable. Según estudios del IESA en 2003, 71% de los hogares venezolanos estaban en situación de pobreza por lo que había 800.000 familias en pobreza extrema y para la misma fecha la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) informaba que Venezuela fue el único país de América del sur en que aumentó el número de personas que padecen hambre, a más de 20%. Suponiendo que las cifras se mantienen, y se le suma la tasa actual de desempleo de 13,5%, obtendremos una ley socialmente obsoleta, donde nadie además está claro sobre si las ordenanzas que regían al Distrito Federal son ahora las mismas para la Gran Caracas. No con esto estoy avalando dicha actividad, pero lamentablemente estamos en un país de economía de supervivencia y que además no tiene reglas de juego claras”.
Cabe destacar que “las ordenanzas locales” sobre la mendicidad, cuya presunta existencia supone el articulado del Código Penal, no son de fácil acceso. Quien escribe trató de actualizar este dossier y se dirigió a la Alcaldía Mayor el martes 1 de abril de 2008 con la finalidad de aclarar este punto, el resultado: fue desalojado de las instalaciones por los funcionarios de seguridad por “no contar con la permisología necesaria” para hablar con los asesores legales de la institución. De igual manera nada se obtuvo al establecer contacto telefónico con las alcaldías de los municipios Libertador y Sucre (donde más se observa el fenómeno), ya sea porque no estaban a la disposición o no sabían quien podría responder al respecto.
De seguro que el tema de los buhoneros, ya sea de las aceras o de las camioneticas, no es un tema políticamente correcto a vísperas de unas elecciones regionales y municipales. Ni hablar del derecho sagrado de acceso a la información pública...
¿Qué dicen los vendedores?
Jenny: “Tengo cuatro hijos. Comencé a trabajar a los veintiún días de parida. Trabajo un día sí y un día no. Los días que trabajo dejo a tres de mis hijos en una guardería, el otro lo tiene mi mamá. Los días que no trabajo me quedo con mis hijos. Por cada día que trabajo me gano aproximadamente treinta mil bolívares. Lo único malo de este trabajo es que otros vendedores venden productos vencidos que ensucian nuestra imagen. Por ello cada vez que ofrezco mi producto les pido a los pasajeros que revisen la fecha de vencimiento”
Luis: “Me dicen “El terror de la Baralt”, soy el que más vende. Todos me conocen y no tengo problemas con nadie pues entre más amigos tenga más posibilidades de venta. Lo importante es tener vista de águila y poder de convencimiento. En un mes no muy bueno me puedo ganar palo y medio (millón y medio). No tengo jefe y mantengo a mis dos hijos con este trabajo”.
Jonatan y Johandry: “Somos rehabilitados de Alcance Victoria. Comenzamos a trabajar a las 9:00 am, hasta que vendamos 50.000. A veces nos quedamos toda la tarde y vendemos hasta 150 mil. Tenemos una casa de mujeres en el edificio Rivero en la avenida Urdaneta y una casa de hombres en la Vega. Estábamos hundidos en el mundo de las drogas, en Alcance Victoria nos enseñaron el camino de Dios. Ahora estamos rehabilitados, no fumamos ni cigarrillos. Nuestras drogas son Dios y el deseo de ayudar a nuestros hermanos que están pasando por situaciones parecidas a las que nosotros pasamos. Si tienes problemas, necesitas ayuda o simplemente estás confundido, vas a la casa de mujeres o a la de hombres y allá te dan vivienda y comida.”
Todos manifestaron desconocer y hasta reaccionaron con humor ante el hecho de ser considerados por la ley como mendigos, defendiéndose de inmediato alegando que su trabajo era tan trabajo como cualquier otro.
Entre el amor y el odio
Choferes y pasajeros por igual profesan sentimientos encontrados por los vendedores ambulantes. “¡Yo no los dejo montar más nunca! Hace seis meses (en 2005) me multaron con veinte mil bolívares más tres días fuera de circulación”, dijo Jesús Díaz, de 52 años, conductor de la ruta “El Valle”, Otros conductores que pidieron ser no identificados se quejaron de que los pasajeros ensucian mucho las unidades con los restos de lo que compran y de que en varias ocasiones han tenido peleas con los vendedores. Miguel Daboín, chofer de la ruta Plaza Venezuela - Los Teques, opina lo contrario: “Aunque a algunos se les nota por encimita que son unos coberos porque los vez todas las semanas matando a un familiar distinto, no todos son así y tienen derecho a trabajar”
Yurmarí, de 19 años, dice: “Yo los odio, son una fastidio, siempre obligándote a que les aceptes sus cosas y de paso más de uno con una sadiqueadera ahí” pero más adelante acota: “Varias veces me han alegrado la tarde con cualquier cosita dulce”. Manuel Contreras, de 37 años, declaró: “Uno nunca sabe si te están diciendo la verdad, yo lo dejo en manos de Dios, como decía mi abuela, si lo que uno les da lo están usando para mal, ellos sabrán, pero prefiero no quedarme con la duda”
Y es en este particular, la caridad, en lo que muchos piensan si estarán jugando con su nobleza. Se tiende a pensar que hay familiares que “viven” a costa de los que mendigan en nombre de sus enfermos. Sin embargo, este es el caso de a quien por respeto se le llamará María.
La historia de María
Quien hoy en día la ve tan serena en un recoveco del Pasaje Zing no podría imaginarse las dificultades que ella y sus familiares enfrentaron hace un año (2003) con el traumatismo de cadera que sufrió su madre. “Yo tuve que dejar de trabajar para cuidarla, y con nuestros ahorros no podíamos completar los dos millones y medio que costaba la prótesis, tuvimos que pasar por muchas malas experiencias en el Hospital Pérez Carreño. Me la tuvieron en una lista de espera casi dos meses y mientras, mis hijos y un hermano estuvieron todo ese tiempo reuniendo en las camioneticas para poder operarla (...) Después de tanto esfuerzo allí está ella bien en la casa (…) Todos los días agradezco la ayuda que me dio toda esa gente sin conocerme y le digo a mi mamá que los encomiende en el rosario”… Cuando se le preguntó si sabía que lo que hacía era castigado por considerarse mendicidad expresó: “No me hubiese importado ni una ñinguita, la vida de mi madre estaba en juego”. Sea Ud. el Juez.
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Pensando en ti, María… hoy primero de abril de 2008
Cuando venía de regreso del centro, por supuesto en camionetica, me acordaba de la tarde calurosa de mayo de 2005 cuando gracias a la información de uno de los vendedores que entrevisté pude llegar al puestico de ropa de María. Rescato su testimonio acá pues vale la pena preguntarse qué habrá sido de ella, pues para quienes no lo saben, su sitio de trabajo en el centro de Caracas fue demolido poco tiempo después de mi entrevista (enero de 2006). María, como muchas otras caraqueñas, era buhonera. Elecciones van, elecciones vienen y hasta el sol de hoy lo que fue el mercado de Pasaje Zing duerme el sueño de los justos entre los escombros. Ni hablar de la repartición mafiosa de los nuevos "centros de buhoneros".
Además, jugando a la bola de cristal, sepa Dios cómo habría sido su experiencia si ella y su madre hubiesen caído en el hospital Pérez Carreño del 2008, mucho peor que el de hace cuatro años, y además si hubiese sido desalojada por segunda vez, pero en esta ocasión, de Sabana Grande. ¿Es tan difícil concibir este escenario "ficticio" en una Venezuela como la de hoy?
En honor a ella, dedico esta entrada de mi blog. No con esto apoyo a los buhoneros, pero sí pienso que deberían darse soluciones permanentes al urbanismo de Caracas. Aplaudo que quieran rescatar el antiguo esplendor de la Plaza Diego Ibarra, pero desprecio cómo usan a los buhoneros como carnada electoral para luego desecharlos como un condón.
Y a quienes puedan creer que estoy siendo trágico, o manipulador, pues les digo que en el fondo sé que sea cual sea la posible situación difícil de María ella sabrá como salir adelante, como siempre lo ha hecho, pues si algo admiro de estos compatriotas es su capacidad para hacer frente a las adversidades, y volver "a flote".
Al principio del artículo hay algunas fotos de lo que solía ser el mercado de pasaje Zing, adjunto a la plaza Diego Ibarra, en reconstrucción permanente como se ve en la tercera foto.
Los créditos pertenecen a Google Earth y a Luis Galviz (luartinga) en Panoramio.com. Agradezco especialmente a Lorena Espina, la autora de “De Caramelos y otras historias” publicado en el Semanario “En Caracas”, 29/04/2005. Su artículo me sirvió de modelo e inspiración semi fusilada, a ella mil disculpas donde le copié pero al menos intenté citarle los más posible sin que mi profesor se diera cuenta, muchas gracias.
Al principio del artículo hay algunas fotos de lo que solía ser el mercado de pasaje Zing, adjunto a la plaza Diego Ibarra, en reconstrucción permanente como se ve en la tercera foto.
Los créditos pertenecen a Google Earth y a Luis Galviz (luartinga) en Panoramio.com. Agradezco especialmente a Lorena Espina, la autora de “De Caramelos y otras historias” publicado en el Semanario “En Caracas”, 29/04/2005. Su artículo me sirvió de modelo e inspiración semi fusilada, a ella mil disculpas donde le copié pero al menos intenté citarle los más posible sin que mi profesor se diera cuenta, muchas gracias.
Próximas entregas: trataré de hacer una radiografía-infografía de una camionetica estándar de nuestra amada ciudad, cuando tenga el valor de sacar la cámara, porque hoy no lo tuve. Y haré una nueva entrevista a uno de estos personajes típicos de nuestra fauna urbana, sólo que esta vez con su permiso para poder subirla, claro está. Les adelanto que iré en la búsqueda de uno de los personajes más famosos de Caracas, pero contradictiamente, uno de los menos conocidos por el mainstream. Me espera una aventura...
1 comentario:
Muy bueno. Aquí estás haciendo una especie de etnografía urbana. A ver si un día montamos nuestra propia edditorial y publicamos todas estas cosas.
El Club Vathek
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