domingo, 15 de enero de 2012

Vale la pena hablar de "Potes"

Antes que la malvada ley S.O.P.A acabe con el mundo (en un sueño Orwelliano-republicano) quería publicar en esta "vitrina" uno de los artículos que más me ha hecho reír en toda mi vida.


Corría el año 2005 (creo) y mientras calentaba mi comida de pasante en el microondas -en mi tradicional pote- encontré una hoja de periódico arrugada, de esas que usaba la señora para limpiar los vidrios de la oficina. Como es mi costumbre, la abrí para darle un homenaje de última lectura y entonces allí encontré el artículo "Potes" de Sergio Jablon.


Como si hubiese encontrado una de esas famosas partituras de Bach en las que envolvían carnes; presto la recorté y llevé a casa como un tesoro, solo para releerla una y otra vez ante cualquiera que quisiera escucharme.


Mi estimada madre, en un acto de "preservación del patrimonio", decidió agarrar el recorte y "esconderlo" de manera segura en alguna de sus carpetas secretas; tanto así que hoy, 15 de enero de 2011, digo, 2012, "reapareció" con todo su humor y gracia.


He aquí entonces que con un simple clic de google me he encontrado con la versión digital; en un sitio que se ve abandonadísimo llamado "Nojile" ¡y hasta conseguí el twitter del autor! @sergiojablon a quien haré mi más sentida reverencia con un "mention" y con el comentario de que sus pensamientos están más vigentes que nunca, en vísperas de elecciones y luego de escuchar a cierto pote dando su memoria y cuento....


Sin más preámbulo, espero lo disfruten tanto como yo

"POTES"


Sergio Jablon



Seguro le ha pasado alguna vez. Es domingo y usted está, en compañía de su familia y algún que otro coleado (ojo, si cree que no había ninguno, entonces el coleado en la mesa es usted), terminando de comer comida china.


Comió rápido, tiene el estómago hinchado y los ojos vidriosos, pero en un acto altruista que espera sea recompensado con una siesta, usted colabora recogiendo la mesa. Así, por ejemplo, toma el pote de arroz chino al que apenas si le quedó un grano de arroz adentro porque estaba pegado a las paredes del pote, y se acerca al basurero cuando alguien (generalmente la suegra) salta:
 
—¿Adónde piensas tú que vas con ese pote?
—A botarlo, ¿no?
—¡Pero si ese pote está bueno
 ¡Y tiene hasta tapa! Ponlo en el fregadero con los platos. Y si no lo quieren me avisas que me lo quedo yo...


¿Por qué? ¿Qué nos pasa con los potes? ¿Cuántos potes son suficientes? Hay una suerte de gen criollo que nos impide botar potes y/o bolsas de plástico. No importa su tamaño, estilo o uso previo, lo que cuenta es guardarlos.
Siempre. Los preferidos son los de arroz chino, los de yogurt y los de mayonesa, pero hay de todo.
Y conste que hablamos de algo genético, no monetario. He visto elegantes señoras en maravillosas mansiones en La Lagunita guardar los envases de aluminio en los que traían paella porque "los potes de ese tamaño son dificilísimos de conseguir".


Claro que esto es una excepción porque la única regla que pareciera funcionar a la hora de determinar qué pote amerita guardarse es la siguiente: si no tiene tapa, va a la basura; si tiene tapa, va al fregadero. Y no hay excepciones. Ni siquiera si el pote está torcido de tanto haber pasado por el microondas y la tapa parece de papel de todas las veces que ha explotado mientras giraba dentro del hornito. Si tiene tapa, se guarda.


El resultado es que una parte cada vez mayor de la cocina se destina a guardar potes. Los potes allí se van acumulando, al punto que pronto hay que ir poniendo potes dentro de otros potes, y apilándolos en estructuras antigravitatorias que suelen desplomarse no bien uno pisa la puerta de la cocina. Conozco gente que muda los potes y hasta los guarda para ocasiones especiales, advirtiéndolo con un: "No vayas a guardar eso ahí, que ese pote lo estoy guardando para las caraotas del domingo".


Lo peor es que la experiencia nos muestra que al final todo es una ilusión. Las tapas de los potes nunca se encuentran cuando uno más las necesita, o simplemente dejan de cerrar como alguna vez lo hicieron.


Eso, sin contar con el hecho de que el pote que uno necesita nunca está a la mano, sino que está "abajo", "adentro", "oculto" o "sucio", en todo caso, siempre imposible de alcanzar. Pero no podemos evitarlo. El pote nos define. Otras culturas descartan, no digamos potes, sino fuentes y hasta manteles en perfecto estado porque en la etiqueta decía "desechable" y, por ende, sólo debe utilizarse una vez.


En cambio, nosotros nos encariñamos. Nos da no sé qué deshacernos de algo que alguna vez tuvo un uso. Así esté viejo, feo y sea completamente inútil, lo mantenemos allí. Y entonces, lo que comenzó con un potecito de yogurt, se extrapola al resto de nuestras actividades: guardamos los bolígrafos que ya no escriben "por si algún día le encontramos un cartucho", los televisores viejos "por si algún día tenemos una casa en la playa y necesitamos uno" y hasta las ediciones aniversario de los periódicos "por si algún día me da por leer algo de las 3.000 páginas". 


Y así vamos. Al final, nuestro afán de mantener las cosas nos lleva a rotar a los ministros inútiles por diferentes despachos, a mantener a los funcionarios corruptos a mano por si necesitamos agilizar algún tramite, y a votar más de una vez por presidentes incapaces. Nos es que tengan algo bueno, insisto, todos lo sabemos y cada uno de ellos se encargó de mostrar su (in) capacidad.


Simplemente estaban allí. Y deshacernos de ellos pareciera dar tanto trabajo...


Cuestión de genética...

(Tomado de http://nojile.chovet.com/jablon/potes.html una página que es una mirada al viejo diseño web, por cierto... medio reliquia la cosa...)